lunes, 13 de febrero de 2012

Una tierra de dragones y santos y de torres y mangos






Junto a la tienda Prada y ante la intensa mirada de una modelo claramente occidental, ataviada con ropas negras, decenas de personas marchan al ritmo de los tambores de la fiesta de Sinalog. Es el segundo fin de semana de enero y cada quien lleva su imagen del santo en las manos: en unas se ve al niño recostado, en otras va de pie con los brazos extendidos. A veces luce su capa verde, otras roja con detalles dorados, casi siempre lleva su corona... Y es que así es Filipinas, los contrastes ocurren a tu alrededor sin que ni a la modelo del afiche en el centro comercial Greenbelt, ni a los fieles devotos católicos del Santo Niño (Sinalog) que hacen su procesión dentro del mall, les importe.
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Más de un mes ha pasado desde que aterricé en esta tierra “del otro lado del mundo”. En mi expectativa pensaba que tantos rostros de ojos rasgados acabarían por hacerme sentir una extraña… No ha sido así, y aunque lo soy, mi mirada occidental, coincidente con el tamaño de mis ojos, trata cada vez con más esfuerzo de escudriñar hasta los rincones: ver y preguntar, porque aquí todo es contraste.

El día de mi llegada estaba junto a la torre de maletas con las que arribé a Manila: en una mirada hice el esfuerzo por resumir lo que veía, solo me vino a la mente la frase, algo reduccionista, de un buen amigo, fan de estas latitudes: “Filipinas es un país de chinos, conquistados por los españoles y que tienen sus creencias, pero hablan en inglés y tagalog”. Sin importar las grandes contradicciones que anunciaba esa afirmación, hay mucho de cierto en ella.

En un país de casi 100 millones de personas y un territorio que es la tercera parte del que tiene Venezuela, el principal transporte público son los jeepney, una especie de ruta troncal donde las personas van tan juntas y apiñadas como viven la mayoría de los filipinos. Pero el mayor atractivo de los jeepney son sus colores vivos –desde metalizados hasta morados- con sus mensajes como “Divino Niño” o “El Shadday”, o sus tableros repletos de peluches. Solo en las mejores zonas de Manila, Makati o Taguig, donde destacan las inmensas torres residenciales y de oficinas, y los centros financieros y comerciales, existe una línea de autobuses grandes, pero son más bien una excepción. En muchas esquinas y calles de la zona se ven los jeepney que circulan 24 horas por un pasaje mínimo de 8 pesos filipinos (18 centavos de dólar, o 1.500 Bs. calculados a dólar paralelo).

Además están los “tricycle passenger”, que no es otra cosa que una moto al que se la ha adherido un pequeña cabina en la que caben escasamente una persona, dos si va con un niño. Incluso hay “tricycles” que son apenas una bicicleta y al conductor le toca bregar con el pasajero por el duro tránsito de la ciudad. Allí el viaje cuesta 6 pesos (15 centavos de dólar o 1.100 Bs.)

Si algo se nota desde el primer momento es que los filipinos son muchos. Las grandes aglomeraciones, en los centros comerciales o los eventos, no molestan porque estar cerca siempre ha sido lo suyo. Los ascensores de un inmenso mall son una muestra: Una tarde iba en uno de ellos y la puerta se abrió: En mi ingenuidad occidental, marcada por el mal uso de grandes espacios, estaba segura de que no cabía nadie más… Una señora de tamaño mediano se abrió pasó con total naturalidad y, como si fuéramos una masa moldeable, pronto todos estuvimos ajustados unos a otros. Hicimos el viaje como familia y en silencio pero aquí, esa forma de estar cerca incluye un respeto que ni las mayores distancias occidentales pueden contemplar.

Mientras recorro las calles de Bonifacio Global City, la zona donde vivo, en ocasiones me descubro, ilícitamente, pescando en las conversaciones en tagalog de la gente que trabaja por acá. El tagalog está repleto de palabras en español y me he dado a la tarea de descubrirlas. Es un idioma donde muchas palabras terminan en “ng”, esa musicalidad se me hace agradable al oído. Pero uno de mis mayores placeres es escuchar una oración completa en medio de la cual dicen “pero” y otra vez una serie de palabras que no puedo entender. Entre mis hallazgos de palabras castellanas están: “novio”, “novia”, “derecho”, “piña”, “puta”, “tío”, “tía”, “mesa”, “silia” (no “silla”), “cuchara”, tenedor” y la conjunción adversativa “pero”. El tagalog más bien parece haber heredado palabras del castellano antiguo, pues para saludar se dice “Kamusta”. Pero otras cosas ocurren en tagalog: un nombre común para las mujeres es “Maricon”, de tal manera que uno trata de tragarse las risas al establecer el viaje de un idioma a otro. Además, es curioso que cuando los filipinos hablan entre ellos en inglés en lugar de decir “but” muchas veces usan “pero” como si se tratara de lo más natural del mundo.

Descubrir a Manila y Filipinas solo es posible palmo a palmo. Y es que aquí - como sospecho que ocurre en toda Asia- nunca puedes ver algo en una sola mirada porque necesitarías más ojos. Las cosas parece que se reorganizaran y cambiaran cada vez. Una de las plazas cercanas a casa es un lugar que ya me es familiar: Un día, para mi sorpresa, descubrí que los arbustos en forma de animales salvajes no tienen la cabeza de arbusto, en su lugar hay una cabeza de animal tallada en madera. Es que si hay algo que Asia no parece ser es minimalista, hay mucho de todo y muy junto.

A pesar de las más de 7.000 islas que integran el archipiélago, se trata de tres grandes zonas: Mindanao; Cebú, la isla a la que llegó Magallanes cargando con la imagen del Santo Niño como estandarte, que ahora veneran; y Luzón la isla donde está Manila, la capital. En busca de oportunidades de empleo la gente sale de Mindanao a Cebú, que también es cosmopolita, pero de allí suelen terminar en Manila, a la que los locales llaman Metro Manila.

El salario mínimo en Filipinas, y el que gana buena parte de la población, son 250 $ (2.125 Bs calculados a dólar paralelo). Pero si algo enamora de este país es el buen servicio que, a veces por esos ingresos, o solo porque sí, prestan los filipinos. En tono despectivo, los chinos dicen de los filipinos que “nacieron para servir”, pero viven en democracia.

Al tiempo que decenas de cuadrillas de obreros tabajan 24 horas en la construcción de las inmensas torres en Makati o Taguig, buena parte de la ciudad se pierde en estrechas callejas de zonas muy pobres conocidas como “squatters”. A orillas de quebradas la gente ha construido ranchos de madera y, tal como ocurre en Venezuela, en cuanto llueve mucho, se caen las casitas. Pero a pesar de las pobres condiciones, toda Manila es llana, así que más padecen por la falta de servicios –que se suelen robar- que por que las casas se vengan abajo.

Las islas del archipiélago fueron conocidas por los españoles como la “Perla de Asia” pues muchas perlas naturales se dan en estas tierras, y claro, ellos sacaron mucho provecho de eso. A finales del siglo XX los estadounidenses liberaron a Filipinas del colonialismo español, estuvieron más de 40 años en las islas y, años más tarde tuvieron que intervenir por una invasión de los japoneses. Aquí “los gringos” dejaron su “manera de hacer”: los grandes centros comerciales, la influencia de la comida americana, el criterio de consumo. Pero estamos en Asia y siempre lo harán a su manera, así que ponen ese toque multitudinario y al mismo tiempo hospitalario, del que carecen los estadounidenses.

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Frente al nacimiento de la pasada navidad, que duró hasta finales de enero en una de las plazas de Bonifacio Global City, pasaba el dragón amarillo y rojo de tres cuadras de largo. Era el homenaje al Año Nuevo Chino, el año del dragón y de los cambios. Aquí se cree en todo, y las culturas –como pasa cada vez más en todo el mundo- coexisten sin molestarse, salvo algunas excepciones islámicas. Pero en estas tierras las creencias parecen vivirse con más color, más arraigadas: una consecuencia de la conquista española es esa mezcla de lo local y lo foráneo. Quizás lo más parecido en nuestra tierra es el “catolicismo” de algunos venezolanos que, a todo descaro, se mezclan con la santería sin que al doble apostador de religiones le moleste la contradicción en ello.

Pero hasta aquellas comidas y frutas con las que crecí y he disfrutado toda una vida saben diferente en Filipinas. Cuando uno prueba un mango de esta tierra se pregunta: “¿será que Dios cuando hizo esta fruta estaría pensando en el amor? Este sabor dulce apiñado me hace pensar si estas chicas, a pesar de que su delgado físico y su mínima estatura no lo revelen, llevan este sabor dentro de sí, como dicen que lo hacen las latinas. Será ese dejo a mango en el paladar y esta tierra caliente de palmeras y soles, de chubascos y brisa marina, la que hace a las mujeres filipinas, como a su tierra, tan codiciadas para los extranjeros… Y uno se pregunta si ya ha caído bajo los efectos de ese embrujo.

5 comentarios:

  1. Muy buena historia Laura y muy bien contada, Saludos hasta Filipinas, Exitos..!!

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  2. Excelente!!!

    "Del otro lado del mundo", mi frase favorita de esta etapa de la vida, perfectamente descrita aqui.

    Cuentanos mas!!

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  3. Leí el texto de un solo tirón y cuando llegué a la última línea... me quedé con ganas de más. ¡Buenísimo! ¡Qué ojo! ¡Y qué delicia como nos contagias tu propia avidez por conocer el lugar y la cultura (con sus fabulosos contrastes) que por estos días te abriga! Estaré pendientísima de las próximas entregas, un abrazo.

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  4. Conhecer filipinas e o meu sonho.Vejo sempre imagens de lá.Me apaixonei pelo país.E pela voz da CHARICE pempengco.Hoje infelizmente jake zyrus.Amo Filipinas por causa dela charice.Procurei saber mais sobre o país por causa dela.Eu amo CHARICE Pempengco.E por causa dela charice aprendeu a amar também Filipinas.Obrigado Filipinas por nós dar CHARICE Pempengco.Não a Jake Zyrus.Jake Zyrus roubou a alma de CHARICE.Eu te odeio Jake Zyrus.Eu amo CHARICE Pempengco.

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  5. Excelente blog y de mucha utilidad. Gracias

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